Asesinan a León Trotsky
Corría el año ’40 y el mundo temblaba frente a la Segunda Guerra. El hambre y la miseria azotaban países enteros en el viejo continente. Hitler sembraba la muerte en los campos de concentración mientras Stalin hacía lo mismo en los gulags en donde castigaba a los disidentes de la Unión Soviética. El 20 de agosto de ese año, un emisario estalinista logra terminar con la vida de León Trotsky luego de varios intentos fallidos.
La sombra de Stalin se cernía sobre la vida de Liev Davídovich Bronstein, más conocido como León Trotsky, que había nacido 61 años antes en Yanovka, Ucrania. Luego de la muerte de Lenin en 1924, Trotsky y la Oposición de Izquierda llevan adelante la lucha por salvar la revolución, devorada por la burocracia que se gestaba en su seno de la mano de Stalin.
Desde la URSS se montaba una de las más temibles campañas de difamación que la historia haya conocido. La figura de uno de los personajes revolucionarios más completos de la historia era convertida en un traidor. Stalin, había tomado la decisión de eliminar a Trotsky intentando terminar con el Partido Bolchevique. Por aquellos años Zinoviev y Kámenev le advierten al revolucionario que Stalin no pelearía en el terreno de la ideas.
En 1927, Trotsky es expulsado del Partido Comunista. Era demasiado pronto para asesinarlo. En cambio, lo obligaron a exiliarse en Turquía. Pronto el estalinismo descubrió que no podía silenciar la voz de la democracia obrera que enarbolaba León Trotsky y recibía las noticias desde Turquía primero y Francia después donde el padre de la Revolución Permanente continuaba dando la batalla política organizando la Oposición de Izquierda Internacional en el camino de construir una Cuarta Internacional que diera la pelea con fuerza.
Las purgas de la URSS se convierten en una terrible rutina y entre 1937 y 1938 son arrestadas casi 6 millones de personas. Por aquellos años Trotsky escribía: “Stalin ha destruido por completo a toda la vieja guardia bolchevique, todos los colaboradores y asistentes de Lenin, todos los luchadores de la Revolución de Octubre, todos los héroes de la guerra civil. Pasará a la historia con el despreciable nombre de Caín”.
A principios del ’35, Mikhail Shpigelglas recibió órdenes para eliminar a Trotsky. Para ello contrataron a un comunista polaco llamado Ignace Reiss, que había trabajado para la GPU desde el ‘25. Reiss se negó y seis semanas más tarde, se encontró su cuerpo asesinado. Antes había avisado a la víctima del complot. Trotsky abandonó rápidamente Francia. Paso por Noruega, y luego Octavio Fernández, un veterano trotskista mexicano, con la ayuda del pintor Diego Rivera, consiguieron que el presidente mexicano, Lázaro Cárdenas, le otorgara el asilo.
Dos años más tarde y luego de perder a sus hijos en manos del estalinismo llegaba a la casa de Coyoacan su nieto, alegrando la rutina en la cual pasaban sus días junto a Natalia Sedova. Pero el plan ya estaba en marcha. Algunos estalinistas mexicanos montaron la difamación mientras el padre del Octubre Rojo comentaba que “la gente sólo escribe así cuando está preparada para cambiar el bolígrafo por la ametralladora”. Stalin estaba apurado, en 1938 había llegado a su oficina la copia de una carta de Trotsky en la que decía que durante los próximos 18 meses de dedicaría a escribir sobre Stalin. El 24 de mayo de 1940 una banda de estalinistas mexicanos rompió con la paz nocturna al hacer llover disparos de ametralladoras en el cuarto de la pareja revolucionaria. Natalia, su fiel compañera, intentó protegerlo con su cuerpo hasta que él le exigió que se cubriera. Luego tiraron bombas incendiarias, pero la familia ya había escapado, aunque Trotsky estaba herido.
Pese al peligro, él continuó trabajando con normalidad. Repetía que el tiempo debía ser utilizado para formar los cuadros de las próximas generaciones. En silencio, Stalin había conseguido infiltrar a sus agentes en el círculo de la oposición de izquierda mexicana. Entre ellos estaba Ramón Mercader. El 20 de agosto de 1940 el paisaje en la casa de Coyoacan cambió dramáticamente. Pronto se llenaría de policías y gente que entraba y salía. León Trotsky había sido herido en la cabeza y su sangre teñía el piso. Horas después el creador del legendario Ejército Rojo y uno de los hacedores de la revolución de Octubre moría en un hospital mexicano. Natalia recuerda que gritó: “Me han obligado a hacerlo, tienen a mi madre”. A pesar del dolor, el revolucionario ruso tuvo fuerzas para exigir que no mataran al agresor, para que confesara quién lo había mandado, y que retiraran a su nieto del lugar que acaba de llegar de la escuela.
Aquel 20 de agosto Stalin creyó terminar con los postulados de Trotsky pero no supo que la lucha de clases poco a poco iría dándole la razón a aquel hombre que consideraba que libertad y democracia no eran antónimos de socialismo. Hoy son millones los que desafían el sistema capitalista en un planeta donde las masas luchan sin descanso y donde día a día se demuestra que las enseñanzas de León Trotsky se mantienen vigentes.
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